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martes, 15 de septiembre de 2009

LOS 10 TIPOS DE EXILIADOS

a los argentinos -y especialmente a los porteños- nos gusta decir que somos “europeos”.
Según claman los habitantes de esta ciudad, en Buenos Aires hay más españoles e italianos que en esos países, cosa que es absolutamente ridícula si tenemos en cuenta que el último gran exilio europeo del que se tiene registro pasó hace por lo menos 60 años. Es decir, unos cuantos tendrán un bisabuelo o en el mejor de los casos un abuelo que aún recuerde su madre patria, pero el resto, la gran, gran mayoría, debería asumir de una vez que su origen, por más que intente disfrazarlo, es más argentino que la soda Ivess.

“Pero yo tengo sangre de italianos”, dicen los necios, y aunque no tengan ni remota idea de las iniciales del nombre de su bisabuela, se plantan horas frente al consulado italiano, reclamando a los gritos que les devuelvan su verdadera nacionalidad. De obtenerla, los falsos europeos harán flamear el pasaporte comunitario cual estandarte en la cara de cualquier persona sensata que ose objetarles su “sangre”.

Con la bandera de la ignorancia gritan a los cuatro vientos que por sus venas corre sangre “española” y que por ende, les otorgaran la visa ni bien se presenten en la embajada. Que con tan solo verles las facciones los confundirán con el mismísimo Franco y harán salir un vuelo de inmediato con destino a Madrid, donde los recibirán con una alfombra roja y fuegos artificiales, y les entregarán en el acto la llave de la ciudad.
Oh, Madrid. Esa es la paja mental de todos los Argentinos, que creen que en España son todos boludos y todavía no se enteraron de los sueldos que corresponden para cada empleado.

“No boludo, me voy a España, trabajo 4 horas y me van a pagar 10.000 euros”, repiten convencidos a sus amigos, que aunque dudan, quisieran extraerles con una jeringa un poquito de su sangre.

La bomba mediática social explotó, y hordas de Argentinos viajan a España en busca de la tierra prometida y la paga tan exorbitante como injustificada. Como sus ignotos bisabuelos, que vinieron a “hacerse la América”, ellos vuelven a la madre patria convencidos de que allá “la van a pegar”.
Para la mayoría los mongoloides el concepto directo de descendencia se reduce a una ecuación digna de un mono con calculadora: según estos subnormales accidentarse en suelo español no sería otra cosa que un gran golpe de suerte, ya que de recibir una transfusión de sangre de algún ciudadano nativo obtendrían automáticamente la ciudadanía. Nada de visa, ni pasaporte, ni partida de nacimiento. Abrime como una Naranja y veras el Águila Española anidando en mis entrañas.

Hoy es el gran día, el Aeropuerto está que brama: un grupo de argentinos retorna de su exilio, y cada uno de ellos nos mostrará su manera de hacerse querer ver distinto. A continuación, los diez casos más típicos:


El Que perdió la conciencia: Este es el que llega de España saludando a todos con dos besos, y diciéndoles a todos sus amigos, “vale”, “tío” y “tomar por culo”. Intenta desesperadamente hacernos creer que no es mas el que se fue sino una persona de mundo, pero todos sabemos que cada vez que habla tiene que hacer un ejercicio mental enorme para poder recordar las palabras que escuchó decir en España y hacerse el curtido. Generalmente se encarga de aclarar que “uy, disculpá, es que se me pegó”, por si alguien osó no notar su españolización, y a veces hasta intenta explicar el uso y el significado de una expresión tan común como “joder”.

El Resentido: Este tipo es el principal cabecilla de hacer correr la bola de que en España regalan los Euros. Acá en Argentina era un vago inútil, pero se fue creyendo que en Europa obtendría un puesto de gerente. Al llegar allí, acompañado por su monumental incompetencia internacional, le dieron su merecido puesto de ayudante de lavacopas. Él argumenta su fracaso y despotrica diciendo que en España lo trataron muy mal, que siempre le decían “Sudaca” y que los españoles discriminan a los argentinos porque saben que éstos son más inteligentes y temen que les roben sus trabajos.

El que Extrañaba: Si bien es cierto que hay gente que extraña mucho a sus afectos cuando se encuentra lejos de ellos, tampoco es ese el tipo de persona que decide desprenderse de todos para irse a vivir a otro país. Habla de su vida en el exilio como del éxito más rotundo, pero justifica su regreso diciendo que era incapaz de vivir lejos de la madre, la hermana y los amigos del barrio. Su contradicción es tan estúpida y transparente que no hace más que poner en evidencia su incapacidad de adaptación y la frustración de sus sueños locos de formar un imperio, cual Roma, de kioscos en Madrid.

El de que Afuera todo es Mejor: Este es uno de los más insoportables. Cada cosa a la que se refiere tiene su paralelo, mil veces mejor, por supuesto, en el
lugar al que se exilió. Nosotros vivimos como animales en comparación a las maravillas que ocurren en el primer mundo, en el que nunca logró insertarse dadas sus condiciones de incivilidad aguda. “Acá te afanan en cualquier lado, el argentino es muy cagador. Allá todo el mundo es honesto y trabajador”. “Allá no hay choques, los semáforos funcionan bien y la gente sabe manejar”. “Vos tito que te gustan los quesos, esto es una mierda, es veneno, deberías haber probado el gorgonzola de Valencia”.

El de la Lobotomía: Esta persona vuelve totalmente cambiada argumentando que vivir en otro país le abrió por completo la cabeza. Si era punk volvió skinhead, si era hippie se transformó en yuppie, si era militar ahora es de izquierda, pero en el fondo invariablemente sigue siendo el mismo pelotudo que antes de partir. Es fija que en todas sus discusiones diga con aire de superioridad que: “No sabes lo que decís, vos estas acá encerrado y no podes entender que afuera hay un mundo, ya te va a pasar”.

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El de la Inflación:[/b]Este personaje es bastante particular. Como todos sabemos, debe haber pocos lugares en los que la moneda de un país este tan desvalorizada como en Argentina, pero este tipo no entiende que plata es plata y personalidad es personalidad. Acá era un boludo, y era tratado como tal. Pero ahora, recién llegadito, cree que su personalidad se dolarizó y que por ende, debe ser venerado y tratado como alguien que nunca fue.

El más piola del barrio: En territorio argentino este tipo era un mediocre con un empleo administrativo remunerado con tickets canasta. Del otro lado del charco, sin embargo, nos quiere hacer creer que se convirtió en Gardel. Trabajaba la mitad que todos y cobraba el triple, vivía gratis porque había engatusado a una gallega para que lo aloje y se las arreglaba para no pagar ni el boleto de colectivo. Es lo que en el mundo se conoce como “argentino standard”, pero el llama “viveza criolla”.

El evangelizador: Este retrasado cree que descubrió la pólvora y adquirió los derechos de venta. Desde el momento en el que pone un pie en Ezeiza empieza a taladrarles la cabeza a sus familiares y amigos tratando por todos los medios de convencerlos de abandonar todo y partir. Promete conseguirles casa, trabajo y hasta pareja si es necesario, lo que sea con tal de que vayan y vean con sus propios ojos el paraíso terrenal en el que él vive en la más absoluta felicidad, aunque sea evidente que está más solo que kung fu y al borde del suicidio.

El tanguero: Es completamente irrelevante que haya partido hace menos de 6 meses. Para este tipo volver a la Argentina es como un viaje en el tiempo, y sus ojos se llenan de lágrimas frente a cosas que, cuando vivía acá, ignoraba por completo. Es capaz de pasarse media hora embobado mirando el obelisco o contemplar una empanada como si se tratase de una obra de arte. Llora de emoción con un partido de truco y un millón de dólares no tendrían para él ni un décimo del valor de un alfajor Suchard. Al verlo uno piensa que con el exilio está pagando el infierno en vida, habiendo abandonado todas las cosas que tan feliz lo hacían.

El que se volvió culto: Este especimen partió del país sin terminar el secundario ni haber leído completo un Olé, pero al llegar a Madrid, y mientras trabajaba de estatua viviente en la Plaza Mayor, se enteró de la existencia de esas cosas que se llaman museos y por primera vez en su vida intercambió más de tres palabras seguidas con una persona que hablase en otro idioma. Ahora emite monólogos insufribles sobre otras culturas, viajes, arte y literatura como si hubiese hecho tres carreras y dos posgrados, y no se cansa de repetir que en este país, lo que falta, es educación.

El que viene de shopping: Argentina es para él lo que Ciudad del este a los mortales que habitan cerca de la triple frontera. Parecería que no le importa nada de sus seres queridos o su lugar de origen, el tipo viene por tres semanas y porta interminables listas de compras para adquirir cosas a lo que, para su bolsillo europeizado, son precios irrisorios de los que se ríe como una hiena. Desde ropa hasta utensilios de cocina, pasando por objetos absolutamente inútiles y mersadas indescriptibles, pero de cuero, el del shopping no se cansa de vociferar la superioridad de su poder adquisitivo. Aprovecha además para ir a cuanto médico existe, hacerse análisis y sacarse las muelas y, si es mujer, no puede evitar internarse en una peluquería para hacerse tintura, reflejos, extensiones, masajes y depilación por el mismo precio que en Europa se paga media manicura. Allá vive como la rata exiliada que es, pero acá parece un argentino suelto en Miami en plena década del 90.

Este escrito no incluye a todo aquel que por circunstancias inexorables debió abandonar el país.

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